El paso fronterizo entre República Dominicana y Haití por el municipio de Comendador, provincia Elías Piña, es uno de los puntos hacia los cuales se dirigen diariamente decenas de autobuses amarillos rotulados DGM (Dirección General de Migración), que alguna vez fueron para uso escolar y han sido convertidos en celdas móviles, para trasladar a centenares de personas procedentes de Haití que han penetrado ilegalmente a la República Dominicana.
Las imágenes grabadas en 360 grados nos adentran en el barullo, las quejas, la incertidumbre que viven esos hombres y mujeres (nunca hemos visto niños entre los deportados) ya cuando están a solo unos pasos de cruzar por la puerta de hierro que divide a República Dominicana y Haití.
El portón del lado dominicano exhibe el escudo nacional. Es la antesala a la llamada “Tierra de Nadie”, que es una franja de terreno con ancho no especificado donde no hay presencia de autoridades de ninguno de los dos países. Está situado a 110 metros del último puesto del Cuerpo Especializado de Seguridad Fronteriza (Cesfront).
Los haitianos que muestran las imágenes fueron detenidos en redadas efectuadas en Santo Domingo y transportados en un recorrido de al menos 240 kilómetros, bajo medidas de seguridad y un intenso calor.
Como parte de la metodología de la deportación, el autobús de la DGM es seguido por agentes vestidos de militar a bordo de una camioneta, en cuya cama cargan con las pertenencias que los deportados portaban al momento de su detención.
“Ellos nos quitan las cosas buenas, como los celulares”, dice uno de los detenidos, quejándose de lo que alegan les hace falta de los bultos y mochilas que les quitan durante el trayecto, previniendo que algunos porten armas u objetos peligrosos.
Una vez bajan del autobús, el punto de encuentro para recibir de regreso sus pertenencias fue la sombra de un árbol, donde bajo la mirada de unos pocos militares dominicanos y uno que otro ciudadano haitiano portando identificación de organismos defensores de los derechos humanos, se preparan para volver a cruzar la frontera hacia Haití, lo cual algunos pudieron lograr tras el pago de sumas de dinero difícilmente asequibles para la mayoría de los residentes en el país vecino.
La situación en el paso fronterizo es aprovechada por haitianos dedicados al canje de divisas, que de inmediato asedian a los deportados, para cambiar sus pesos por gourdes (moneda haitiana) a una tasa que solo ellos dominan.
En el grupo había varias mujeres haitianas jóvenes, que se mostraban distantes de los demás deportados, Por sus vestimentas no aparentaban ser dedicadas a tiempo completo a labores domésticas, que son las mas frecuentemente desempeñadas por las inmigrantes de ese país en República Dominicana.
Transcurrida la entrega y unos minutos que sirven para intercambiar palabras con los cambistas, los agentes que les devolvían sus bultos y los defensores de los derechos humanos, los militares dominicanos portando armas largas hacen ademanes a los deportados para que acaben de cruzar la puerta metálica, rumbo a una tierra en la cual vuelven a ver ondeando su bandera, visible desde el lado dominicano.
Mientras sucede todo esto, otros haitianos pasan por la frontera de un lado a otro sin mostrar documento alguno, sin aparente control. Sin embargo son conocidos por los militares de la zona como los que tienen por hábito cruzar para comprar y vender productos en el mercado binacional, uno de los eventos de este tipo que tienen lugar en los distintos pasos fronterizos de esta isla una vez por semana.