El joven ejecutivo citadino, de vacaciones en un paraje de Jarabacoa, caminaba aquella mañana escuchando solamente el sonido de la hojarasca bajo sus pies y el viento que agitaba los árboles, por aquel camino que de niño recorrió tantas veces a pié, rumbo a un recodo del rio Yaque donde practicaba clavados con sus primos. Su solaz con la naturaleza fue interrumpido por un símbolo de la modernidad: el ringtone asignado en su celular a esa persona con la cual sostenía una relación de esas que mejoran con el tiempo.
- ¡Hola! Dijo una voz de mujer, con tono de sonrisa cómplice que luego se volvería tono de exclamación al escuchar hacia donde se dirigía su interlocutor.
- ¿Te cuento? Voy rumbo a una casa embrujada.
En efecto, había escuchado rumores de que la cabaña mas vieja – y que mas admiraba desde hace treinta años- había sido abandonada por sus dueños y habitada por espíritus que a decir de los lugareños hacían ruido y lanzaban objetos por los aires, razón por la cual mas de un vigilante había huido horrorizado de ahí. Para el citadino en cambio era esta la oportunidad para admirar la casa de cerca.
Quince minutos después de escuchar al teléfono la frase “Van Helsing… llámame cuando salgas de ahí” ya estaba frente a la vieja puerta de hierro cerrada que antecedía a los terrenos de la cabaña, de la cual solo se apreciaba a simple vista una terraza en un segundo nivel, con las mismas mecedoras blancas de siempre. Sorteando unos destemplados alambres de púas y ramas de árboles llegó hasta la entrada principal, en un primer nivel de concreto y ladrillo. “Puerta cerrada con llave…con llave” se dijo a si mismo, al notar el primer indicio de que no había un abandono total, reparando en que era un intruso en propiedad privada, ansioso por saciar una curiosidad casi patológica.
Ante tal reflexión, optó por ver lo que se revelaba al otro lado de las anchas persianas de madera dejadas abiertas, descubriendo un ruinoso panorama de polvorientas camas aún tendidas, jirones de lo que alguna vez fueron cortinas, una chimenea sin uso desde mucho antes del calentamiento global y unos muebles de mimbre apilados ante una estantería con recipientes pintados a mano y escasa cristalería.
Bordeando el inmueble, que conservaba el color blanco en su parte de cemento y el tono oscuro en su madera, vio en el patio restos de lo que era una escalera, los cuales trepó para descubrir una terraza posterior en estado ruinoso, con vista a una abundante vegetación en una pendiente, en cuyo centro aún permanecía una mesa, flanqueada por dos sillas con una polvorienta botella de vino vacía y algunas piezas de ajedrez en su centro. Es allí donde el intruso percibe la presencia de un aura que caracteriza los lugares que son testigos mudos de los mejores momentos en la vida de las personas.
Sin embargo, tras casi veinticinco minutos en “La Cabaña de los Espíritus” no había percibido la presencia de entidad alguna. En su retirada vio que junto a descuidadas plantas ornamentales que bordeaban un patio de cemento, yacían tirados por lo menos media docena de condones usados, en el mejor escenario para un encuentro furtivo extremo, lo que –para él- motivaba el propósito por el cual fue difundida la versión de que allí pasaban cosas que espantaban a los vigilantes.
De retirada, satisfecho y con una sonrisa a flor de labios, el citadino teclea en su celular el número de quien a la distancia se hizo confidente de su osadía.
- ¡Cazavampiros!…¿Sobreviviste?, Cuéntame…¿cuantos espíritus viste? Dijo la voz entre coqueta y burlona.
- En realidad –dijo con absoluta seguridad- solo había uno, y estaba en ese lugar esperándome desde hace mucho tiempo.
Tras tantos años de trabajar en oficinas, reuniones de negocios, horas tras un volante, un entorno de modernidad y tecnología, vida propia de quien reside en una metrópoli y una total puesta de espaldas a las oportunidades de vivir experiencias gratificantes, el protagonista de nuestro relato desconocía que esa mañana un espíritu llamado “aventura” le esperaba en el lugar menos esperado, para reclamar su lugar en él. Un espíritu perdido en el tiempo, recordado con nostalgia, el espíritu de aventura era el único que habitaba en esa cabaña, para reconciliarse con quien una vez le dejó fuera de su vida.
¿Se anima usted a buscar un espíritu perdido?